
Hace unos días he vuelto de mi segundo viaje a Marruecos. La verdad es que Marrakech ha satisfecho más mi espíritu que Fez, mi primer acercamiento al país magrebí. Ciudad de contrastes, de colores y olores, de gente muy variada, y ciudad cosmopolita... Entiendo que haya enamorado a gente tan dispar como Goytisolo y Yves Sant Laurent.
Cuanto más me introduzco en el mundo árabe menos entiendo aquella soflama de nuestro nunca "bien olvidado" presidente Aznar, cuando dijo que nos tenían que pedir perdón por lo que hicieron en el año 711. Más que perdón, cada vez estoy más convencido de que en aquel momento lo que le dio la población que habitaba la península Ibérica fueron las gracias: por la cultura, por la sensibilidad, por los olores, por la ciencia, por el idioma, por el agua, por ese refinamiento holístico que impregnaba todo. Aquello no fue una conquista (y, por tanto, lo que ocurrió en los siglos posteriores me niego a llamarlo "re-conquista").
Tuve oportunidad de subir al minarete de la Kutubia (hermano de la Giralda de Sevilla), cosa que no se puede hacer habitualmente, y pude tomar esa imagen de la plaza de la Jemaa Fna al amanecer que os regalo.

